sábado, 19 de noviembre de 2016

'Charles Dickens' de Claire Tomalin

"Veía el mundo con mayor intensidad que otros [...] Era capaz de hacer reír y llorar, y despertar indignación, su deseo era divertir a los demás y mejorar el mundo". 

Así era, entre otras muchas cosas, el incomparable Charles Dickens. Una cita que me gusta especialmente porque él logró este propósito en vida y luego ha sido su legado, sin importar el paso del tiempo, el que ha continuado haciéndolo. 

Para mí leer una novela de Dickens provoca todo ese mix de emociones. Es una de mis absolutas debilidades literarias (que comparto y fomento con mi súper Magrat) y cada vez que me sumerjo en una de sus historias tengo una sensación, como de vuelta al refugio lector, muy especial. Por eso me interesaba tanto su biografía, un género que no frecuento mucho pero que Claire Tomalin hace que sea muy entretenido e interesante. 

No solo te cuenta datos y más datos, sino que te da una visión más amplia de la persona que te hace entender muchos de su rasgos, te descubre cantidad de cosas nuevas y puntos de vista diferentes y lo hace con una forma de narrar que te engancha como una novela. Además no es nada condescendiente o indulgente, no se queda solo en el mito sino que nos muestra sus debilidades como hombre y como escritor. A veces, os confieso, que me veía a mí misma defendiéndolo.

Era asombroso su ingenio y capacidad de buscarse la vida, reinventarse y salir adelante. Y no lo tuvo fácil, parte de su infancia la pasó trabajando en una fábrica de betún y nunca llevó con resignación el hecho de no haber podido estudiar cuando está claro que tenía grandes actitudes para ello.

Tomalin nos acerca a un hombre absolutamente carismático que dejaba un recuerdo imborrable en todos los que le conocían. Vitalista, caminante empedernido, incansable, activo al máximo... Me lo he imaginado con una personalidad arrolladora, incluso a veces demasiado, que siempre estaba ideando y, sobre todo, escribiendo. Tenía un ritmo de escritura impresionante, muchas veces apurado por la gran necesidad de ingresos que tenía, pero también porque su imaginación era desbordante. 

Hay muchas curiosidades en cuanto a la creación de sus obras (cuidado con los spoilers que alguno que otro aparece) o su lucha por los derechos de autor, por ejemplo. Pero algo que me ha llamado siempre la atención son sus lecturas públicas. Dickens ya era una auténtica estrella en su momento y vio el potencial que tenía este tipo de acercamiento a sus lectores. Algo que se veía indigno en aquel entonces porque tenía un cariz de lector a sueldo.

Para él, el afecto de su público era el mejor bálsamo y ayuda en las malas etapas, le daba fuerza, y ¡lo que a mí me hubiese gustado haber asistido a una de esas lecturas!

"Nunca eran pasajes extraídos de los libros sin más, sino textos adaptados con minuciosidad para poder encarnar a sus personajes preferidos y ofrecer momentos notables del relato".

No se limitaba por tanto a leer sin más, que ya hubiese sido un honor verlo en directo, sino que dramatizaba y ponía toda su pasión es escenificar sus propias palabras.

"El público reía cuando él quería que riera, se estremecía y lloraba cuando él quería que se estremeciese o llorase. Las lecturas lo dejaban eufórico, además de agotado".

Ilustración de su casa natal en
Portsmouth- Amanda White
Y como todos los seres humanos, y quizás sobre todo los genios, era un hombre profundamente contradictorio, principalmente en su vida privada. Probablemente quien más sufrió esta disparidad fue su mujer.

En su relación con ella se ve al Dickens más injusto, reprochándole aspectos de su personalidad que un primer momento le habían hecho precisamente enamorarse y desear que fuera su esposa. Su proceso de separación fue también humillante y cruel para una mujer que había vivido por y para su marido y que tuvo que hacer frente a una ruptura muy pública.

Con sus hijos tuvo también una relación de altibajos. Pero hay un recuerdo con su hijo Henry que a mí me parece maravilloso y que demuestra lo especial que era.

"Su padre le enseñó taquigrafía aunque sin mucho éxito porque los dictados que improvisaba para él eran tan descabellados que se reían a carcajadas".

Así contado para que el concepto amor le quedaba muy lejano, pero no creo que fuese así totalmente. Pienso que su pasión y vocación le hacían a veces concentrarse demasiado en sí mismo, olvidando las necesidades de los otros y siendo sí, egoísta; pero, al mismo tiempo, era capaz de dar sin esperar nada a cambio, de endeudarse por ayudar a otros o apoyar aquello que consideraba de justicia.

Así fundó un asilo para mujer mujeres y niñas prostitutas a las que escribía incluso una carta asegurándoles que iban a tener la opción de cambiar de vida y siempre desde el cariño y sin reproches, algo que no siempre sucedía. Alguien que es capaz de esa muestra de solidaridad debe de tener algo bueno en el corazón.

La clave puede estar en estas palabras que le dijo nada más y nada menos a Dostoyevski. El escritor ruso pensaba que un autor se mira a sí mismo para reflejar las emociones de sus personajes y Dickens opinaba lo mismo, confesándole que había dos personas en él:

"Uno que siente lo que debería sentir y otra que siente lo contrario. De la que siente lo contrario saco los personajes malvados, con la que siente lo que un hombre debe sentir intento vivir mi vida".

¿Quién no ha tenido esas sensaciones en su día a día sin necesidad de reflexionar mucho sobre ello o tener que volcarlo en un personaje de ficción?

No me resisto a contaros que en su biografía además hay cabida para personajes muy interesantes como es el caso de mi adorado Wilkie Collins, con un rasgo muy particular que no me esperaba para nada.

"Podía presentarse con un traje de pelo de camello, una camisa de rayas anchas de color rosa y una corbata roja".

A mí, con el lío tan grave que tengo a la hora de combinar colores y prendas, nada más leer estas líneas me vino la imagen a la cabeza y me conquistó por completo.

Creo que en la reseña he demostrado mi pasión por Charles Dickens y por esta gran biografía, pero os la recomiendo una vez más, sobre todo si sois fans del autor, aunque no solo. Os sumergiréis en la vida de un auténtico genio y en cómo era capaz de crear ese maravilloso universo propio y también a un hombre con muchos claroscuros, complicado y brillante.

sábado, 12 de noviembre de 2016

'Hombres buenos' de Arturo Pérez-Reverte

A pesar de que me gusta mucho cómo escribe Arturo Pérez-Reverte hacía ya bastante tiempo que no me ponía con un libro suyo y Hombres buenos ha sido un muy feliz reencuentro. Quizás ha influido también que aquí la trama vuelve a girar en torno a los libros, como mi novela favorita suya El club Dumas, pero esta novela tiene otros muchos detalles que hacen que merezca realmente la pena.

A finales del siglo XVIII dos miembros de la Real Academia Española se embarcan en un viaje a París para lograr traer la Encyclopédie de D'Alembert y Diderot que por aquel entonces estaba prohibida en España. No sospechan que habrá personas muy interesadas en que no logren su propósito...

Una de las mejores cosas de esta novela son los personajes. Aquellos con intenciones poco honorables son muy interesantes. Nos dan otra perspectiva de las cosas: el porqué se oponían a traer aquella fuente de conocimiento a España cada uno con razones muy diferentes, pero que nos muestran las dos caras de la misma moneda.

Y por otro lado, los hombres buenos son fantásticos. Por un lado, don Pedro Zárate, un marino racional y escéptico respecto a según que cosas y don Hermógenes Molina, bibliotecario, bonachón en el que conviven razón y religión. Me gustan los dos, pero sin duda don Hermes me ha llegado al corazón.

Jean Francois de Troy
Ambos son hombres de honor, íntegros y honestos. Es una gozada leer sus diálogos y ver cómo intercambian opiniones, hablan sobre la situación de España, sobre la cultura, el marino escandaliza al bueno del bibliotecario... Y a poco van haciéndose amigos porque comparten ante todo su pasión por el conocimiento.

"Nadie puede ser sabio sin haber leído por lo menos una hora al día, sin tener biblioteca por modesta que sea, sin maestros a los que respetar, sin ser lo bastante humilde para formular preguntas y atender con provecho a las respuestas..."


La ambientación no se queda tampoco atrás. Entramos de lleno en un París anterior a la Revolución Francesa con los cafés, los salones, las tertulias, con esa forma de expresarse mucho más pícara... y el abate Bringas, un tipo inclasificable que da unas líneas de diez.

Las descripciones son estupendas, me gusta especialmente una de un día lluvioso o la primera vez que ven la Encyclopédie. Sientes su misma emoción ante esos libros tan anhelados que recogen todo el saber del época.

"Sus nítidos caracteres, la belleza de encuadernación, la blancura magnífica de la páginas impresas con amplios márgenes en buen papel de hilo, el que ni envejece ni se hace quebradizo ni amarillea, resistente al tiempo y al olvido. El que hace a los hombres más sabios, más justos y más libres."


Además en Hombres buenos nos sentimos también partícipes de la creación de la novela porque el autor nos va contando todo el proceso. Dónde surge la idea, el laborioso trabajo de documentación buscando los lugares por las que hacer transcurrir la historia, la consulta de textos y mapas de la época...

Nicolas Jean Baptiste Raguenet
No deja nada al azar ni una calle, ni un café, ni una posada... todo está perfectamente documentado. Y en esa parte de la novela es cuando dice una idea que a mí me encanta poner en práctica cuando viajo y que me hace ver con especial ilusión ciertos sitios (seguro que a muchos os sucede lo mismo).

"Hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora [...] Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en la cabeza."

Hombres buenos es un libro fascinante que está hecho para todos los apasionados de la literatura, los libros y el conocimiento en el amplio sentido de la palabra. De ese interés por seguir aprendiendo, formándose para poder así tener criterio y por no perder nunca esa curiosidad por conocer cosas nuevas que sin duda nos hace disfrutar mucho más de todo lo que nos ofrece el mundo.

"Una biblioteca no es algo por leer, sino una compañía, un remedio y un consuelo."

miércoles, 2 de noviembre de 2016

'El castillo de los Cárpatos' de Jules Verne

Ilustraciones-Léon Benett
Estos días pasados llenos de fantasmas, calabazas terroríficas... invitaban a dejarse llevar por una lectura que diese, como mínimo, un poco de repelús y como tenía desde hace tiempo fichada esta novela de Verne pensé que era el momento perfecto para ponerme con ella.

En un remoto pueblo de Transilvania se cuentan y escuchan multitud de leyendas, muchas de ellas tienen que ver la fortaleza de los Cárpatos y quienes la habitaban o habitan... Los misterios que se esconden en ella traerán de cabeza a los habitantes del pueblo, pero también a un joven conde que se verá atraído por el castillo debido a tristes sucesos de su vida.

Desde las primeras páginas, el autor logra trasladarte a esa aislada región: el difícil acceso, el clima, un pueblo con poca gente... y en el horizonte esa inquietante fortaleza... que no hace más que aumentar las fábulas en un lugar ya de por sí lleno de ellas y de supersticiones. ¿Cómo no vamos a sugestionarnos y pensar que todo puede ocurrir?

En ese punto se encuentran los habitantes de Werst. Desde los más valientes, hasta los más crédulos o los que solo se envalentonan viendo las cosas desde la distancia. Las circunstancias les van a enfrentar con lo desconocido y ahí que vamos nosotros con ellos... ¡y disfrutándolo muchísimo!

Y es que la forma de narrar de Verme me ha encantado. Os hablaba antes de ese ambiente tan propicio que consigue crear, pero es que además, cuando ya te tiene allí situado, hace unas descripciones muy vívidas de lo que se van encontrando o sintiendo en cada momento los diferentes personajes, sobre todo en los momentos más álgidos.

Sin desvelar nada, (no, no, no), me gustó especialmente el primer acercamiento de dos personajes al castillo o un momento clave en la historia paralela del joven conde que llega al pueblo. Y es que ese es otro aspecto muy de valorar, su capacidad para hacer que las tramas que explican cómo se ha llegado a cierto momento son muy interesantes. Pueden parecer secundarias, pero no lo son en absoluto.


Tiene además una imaginación desbordante que hace que muchas veces se haya hablado de lo visionario que era, adelantándose a inventos que luego se hicieron realidad. De hecho en la contraportada de la edición de Alba, se comenta que, según algunas opiniones, en este libro se "prefigura la invención del holograma".

Me ha sorprendido también el sentido del humor del señor Verne. No me lo imaginaba así en absoluto, pero pone en boca de sus personajes o del narrador comentarios muy simpáticos e irónicos. En este caso, aprovechando también para hacer una crítica de ciertas creencias que no ayudaban a la población a avanzar.

Pero no puedo contaros más para no estropearos el suspense de esta buena historia. Tendréis que descubrir por vosotros mismos qué se esconde en la fortaleza de los Cárpatos y si os lo creéis o no...